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Opinión

Brozo y la censura

Tercer Ojo.

Hace unos días se vivió otro duro golpe al periodismo mexicano. La anunciada salida del aire del payaso Brozo dio paso a numerosas especulaciones en las redes sociales digitales sobre un supuesto caso de censura por parte del gobierno de la llamada Cuarta Transformación, a cargo del presidente Andrés Manuel López Obrador.

La deducción no ha sido complicada por parte de los internautas, ya que por muchos años la relación político mediática en nuestro país ha estado marcada por una serie de mecanismos de control de la información periodística, en la que el régimen siempre lleva la batuta y en la que la crítica por parte de los periodistas nunca ha pasado desapercibida.

Las posibles preguntas podrían girar en torno a si, en realidad, se trata o no de un acto de censura por parte de López Obrador en aras de venganza o revanchismo. Porque mientras que el periodista y su empresa lo descartan rotundamente, los compañeros del gremio lo informan por hecho como si se tratase de una verdad absoluta.

Hasta aquí se cuenta con dos verdades y una posibilidad. La primera verdad es que no existe ni existirá evidencia alguna de que se trate de un atentado contra la libertad de expresión. Porque la censura es un mecanismo arbitrario, autoritario, que en términos teórico conceptuales obedece a exigencias de prohibición de la información; a nadie consta que se trate de una solicitud presidencial, mucho menos cuando los únicos involucrados lo descartan.

La segunda verdad obedece a un “no obstante” a la anterior. Porque de acuerdo con Aceves González, la censura no suele darse o explicarse de manera directa, sino que se manifiesta de diversas formas en desapruebo o inconformidad de la calidad de la información que se pretende publicar.

La más relacionada con el ejercicio gubernamental es la que se piensa a raíz de los cambios y/o despidos de periodistas y editores que, por cierto, vale la pena decir que no son novedad en este gobierno federal, como se ha querido hacer ver hacia la opinión pública.

 Sucedió con el PRI en los setentas con el golpe orquestado en contra de Julio Scherer para propiciar su salida de Excélsior. Sucedió con el PAN en los “dosmiles” con el despido de Carmen Aristegui al cuestionar el supuesto alcoholismo del entonces presidente Felipe Calderón y, nuevamente, la periodista lo padeció con el “nuevo PRI” por su participación en el libro La Casa Blanca, el cual que señala de manera directa un acto de corrupción por parte de la primera dama, Angélica Rivera.

Hoy con Morena y con AMLO, no solo se sospecha del caso Brozo, sino que a esta la precede una casi evidente salida de Carlos Loret de Mola de Televisa, luego de revelar una investigación crítica del actual gobierno y de la que incluso se le exigió mediante la vía institucional la revelación de sus fuentes.

A estas dos verdades le sigue una posibilidad. Tal y como le ha sucedido a muchos medios nacionales y subnacionales, la reducción o la pérdida de sus contratos de publicidad y propaganda oficial de parte de los nuevos gobiernos, ha propiciado afectaciones empresariales que van desde recortes de personal -como le ha sucedido a Televisa con sus exclusividades- hasta el cierre de las mismas. Así, es probable que la salida de Brozo se deba a la falta de capital para la supervivencia misma de su producto comunicativo.

 Ahí se asoma una cuarta y triste realidad. Porque aunque se lograse descartar la censura por una insuficiencia de inyección económica por parte de los gobiernos, esto, al final, también obedece a un mecanismo que, aunque menos agresivo, sigue teniendo como finalidad el control informativo no por parte del gobierno en sí, sino más bien por parte del poder en general, sobre todo de una voz tan escuchada como esa.

Porque como bien lo retoma y analiza Rodelo desde la década anterior, la censura tiene tipos y apellidos: esta puede ser una censura económica, o bien, una censura corporativa. De momento, todo parece indicar que Víctor Trujillo ha decidido apelar a la de tipo autocensura pues, aunque enfatice que se trata de un acto voluntario, su llamado “por el bien a la salud mental”, deja muchas cosas al aire, excepto a su programa.

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