Sinaloa | 03/22/2019 07:03:00 p. m. | Jessi Jáuregui
Los Mochis, Sin.- Al hombre blanco, al yori, lo conquistó la enigmática y ancestral tradición yoreme de los “judíos”. Todos esos elementos estético-religiosos: sus máscaras; sus tributos, mandas y fé; la vestimenta, la cultura, la unidad y sus ritos, hicieron que aquellos que no cuentan con raíces indígenas en la región, se enamoraran de sus signos y; al final, se unieran a los rituales en búsqueda de su preservación.
Este significado tiene para Enrique Pacheco Luna su participación en las procesiones y “contis” durante la cuaresma y Semana Santa.
Él orgullosamente porta toda la indumentaria tradicional [conformada por huaraches de 3 puntadas o trenzados, tenábaris, su camisa, faja larga que se recubre con los coyolis de carrizo, una capa, morral, paños, y claro, su máscara], de acuerdo a los usos y costumbres de los yoremes que pertenecen al centro ceremonial de Mochicahui, El Fuerte.
Desde pequeño observó cómo cientos de hombres corrían como judíos u hombres-demonios durante las celebraciones de la Semana Mayor; naciendo en él la inquietud de ser uno de ellos, por lo que desde los 16 años participa activamente cada viernes de cuaresma en las corridas y contis.
Señala que conforme se transforma, deja a un lado su vida cotidiana [padre de familia, hijo, hermano y diseñador del periódico El Debate de Los Mochis] y asume su rol como fariseo, quien debe de reivindicar su pecado a través de penitencia por haber participado en la muerte de Jesús Cristo.
Para él -esta cultura que quizás no está heredada directamente a través de su ADN- forma parte de su identidad y espera que en el futuro sus hijos puedan trasmitirla a su descendencia.
“Ya de aquí de la familia soy el único que se sigue vistiendo”.
- ¿Qué tanto tiempo quieres seguir siendo judío?
“No, pues, hasta que pueda (risa)... hasta que me dé chance el trabajo y la edad”, expresó.
-¿Qué sientes de que tu hijo quiera ser judío?
“Sí me da gusto porque el primer año lo vestí yo y él no sabía, el segundo pues ya como que no quiso, y ahora que va a cumplir 3 años por sí solo le salió el gusto”, dijo.
Ni el calor, las ampollas en sus pies provocadas por los huaraches de baqueta, las quemaduras solares en su piel, ni la deshidratación, han disminuido su pasión por ser un judío. En cambio, este espacio personal, sus viernes [veneris dies], son su conexión con Dios. Con él mantiene una comunicación y comunión tan estrecha durante éstos días, que cumple sus mandas con gran devoción, sin importar el número de kilómetros que deba caminar o correr para guardar la tradición.
“Sí, tenía una manda. Me venía caminando de allá, del ejido Mochis”.
- ¿Hasta dónde?
“Hasta acá, hasta Mochicahui. O sea, hacía la corrida y me venía hasta el 2 de Abril, allí llegaba como a las 10:30 u 11, o en el Téroque, depende de a dónde iba. Hacía la corrida y ya me venía al conti aquí a Mochicahui”.
- ¿Por qué era tu manda?
“Era por mi mamá y unos tíos que estaban enfermos. Y tengo una de por vida, hasta que pueda salir corriendo yo, el de San Lázaro, por mi mamá, ese sí”, detalló el joven originario del ejido Mochis.
Enrique Pacheco lamentó que muy pocos jóvenes indígenas participen activamente en las procesiones (aunque agradece que este fenómeno permitió la aceptación e incorporación de los “yoris” a los contis) y espera que las nuevas generaciones - sobre todo los que en este momento son niños y se emocionan al ver los rituales- acepten su identidad como yoremes, reciban como regalo todas las tradiciones y las hagan trascender.