Sinaloa | 10/25/2022 11:22:00 a. m. | Esthela García
La muerte en la cultura indígena yoreme es una fiesta.
Las casas de San Miguel Zapotitlán, Ahome, se preparan para recibir a los muertos, y se preparan con cuatro pequeños horcones de mezquite y carrizo, eso es el tapanco.
El altar se adorna con papel de colores, representa el paso de la vida a la muerte y da inicio a la fiesta de bienvenida para el alma de un ser querido (apaxco), que desde el 24 de octubre hasta después del 2 de noviembre regresa con las personas que aún los recuerdan.
El tapanco comienza con fuegos artificiales, se lanzan 56 cohetes y su estruendo rompe la barrera que existe entre el mundo de los vivos y el de los muertos: ese es el llamado de los espíritus.
El ambiente huele a wakabaki, pan y atole, también hay albóndigas, gallina pinta, tamales de Luciano y mezcal, que son las principales ofrendas que se ponen en la víspera de los santos difuntos.
Los pascoleros son los primeros en llegar a la fiesta Yoreme, un tambor resuena mientras una flauta lo insista a bailar como culebra, león, paloma, y coyote, atrayendo el espíritu de la naturaleza (juyya-ania).
Un bule en agua resuena entre los asistentes, ahí, un «venado» vestido de manta, con su pañuelo rojo al cuello, ayale en mano, y rodeado de flores, empieza a danzar.
Los listones rojos en los cuernos del venado se mueven al ritmo de la música del arpa y el labeleero de violines, el siseo de tenábaris susurra al oído, mientras los tambores de cuero resuenan al ritmo de los latidos del corazón.
Para el día 2 de noviembre los tapancos tendrán huaris, en donde hay pan, tortilla y un bule con agua, que represneta la comida que llevarán los espíritus de regreso al mundo de los muertos.
El Día de Muertos (Mukia) tiene un apartado especial en la cultura Yoreme, su fe católica está mezclada con el respeto y veneración a la naturaleza (juyya-ania) y sus tradiciones celebran el ciclo de la vida y la muerte.
Yucupicio Bacasegua había esperado la muerte (Mukia) durante meses, y tuvo tiempo de elegir 3 padrinos y 3 madrinas, quienes se encargaron del responso, cuando abandonó el mundo terrenal.
Llegó el día y, tras una larga enfermedad, todo y todos estaban listos, se avisó a toda la comunidad y mientras el cuerpo estaba en un ataúd de madera, su casa se llenó de indígenas.
El lugar fue adornado con tres arcos, de álamo y sauce, que representan los tres escalones para llegar al cielo o «triunfo del alma» al lograr la vida eterna.
El lugar se llenó de música pascola, danza, cantos al venado, el rezandero y las cantoras, mientras cada padrino, liderados por el «Yohue», portó un carrizo para ser identificado.
Al siguiente día, el cuerpo fue llevado a la Iglesia Católica y después a la iglesia Yoreme en donde fue recibido por el rezandero, el pascola mayor puso sobre el ataúd unos tenábaris, máscara y una capa de manta, Yucupicio había sido judío.
El cuerpo terrenal de Yucupicio fue enterrado en el campo santo, pero su alma aún estaba atrapada entre el mundo de los vivos y los muertos.
Los arcos de mezquite y sauce fueron quemados al finalizar el ritual para liberar al espíritu de las cargas y sufrimiento que llevaron en vida.
Durante 8 días, la familia estuvo de luto, al final, presentaron el Tacagua, una caja de carrizo que se adorna con flores de papel, la comida ceremonial fue wacabaqui, atole y café. Durante un año la familia de Yucupicio estuvo de luto.
En el aniversario de la muerte de Yucupicio se realizó el responso de salida de luto, donde se le dio el último adiós y la familia abrazó a los padrinos de responso, que a partir de ahora serán considerados compadres.
Era la época de la Revolución Mexicana entre el año de 1910 a 1920, Luciano era un luchador social y defensor de los ideales Yoremes, pero un día, al tratar de defender a un amigo, perdió la vida.
Las personas se conmocionaron tanto por la muerte que empezaron a dejar piedras y plegarias en la carretera que comunica al Téroque con Mocohicahui, El Fuerte.
Las plegarias se convirtieron en peticiones y misteriosamente los «milagros» se cumplían, en forma de agradecimiento se empezaron a cocinar tamales muy grandes para «Luciano» y así nació una tradición.
Los «tamales de Luciano» se usan tanto para el Tapanco cómo para el responso, como un agradecimiento por los milagros cumplidos.