Sinaloa | Norte
Doña Carmen: «La muerte no se olvida, me voy a ir, y me voy a ir con ellos»
La vida de doña Carmen cambió hace dos años: murió su hijo y poco tiempo después su compañero de vida.

FOTO: Ernesto Torres.
Doña María Guadalupe Guzmán Leal es una mujer de 76 años originaria de la comunidad de La Arrocera, en Ahome; su vida dio un giro hace dos años cuando perdió a su hijo.
10 meses después, el destino le tenía otro mal momento: ese día perdió a su compañero de vida; dos seres que este Día de Muertos recuerda con melancolía, pues aunque se trasladó a sus tumbas no aminora su dolor y su pesar.
La pérdida de su amado esposo y su querido hijo la dejó marcada y con una profunda tristeza tras la tragedia, y cada día el dolor pareciera hacerse más intenso, pues dice que quizá jamás podrá superarlo.
Desde hace dos años, doña Carmen vela en el panteón Centenario de Los Mochis a su hijo Pedro Francisco Medina Guzmán, quien falleció a sus 47 años, mientras vivía en la ciudad de Tijuana con su esposa e hija.
Un día, recibió la devastadora noticia de que su hijo había fallecido repentinamente de un infarto. El dolor de Carmen fue inmenso, más aun porque no pudo velarlo en persona, ya que le trajeron sus cenizas desde la frontera.
«No se olvida, me voy a ir, y me voy a ir con ellos porque esto no se olvida. Mi hijo se fue a vivir a Tijuana y ya se terminó, de allá me lo trajeron en cenizas, es lo que me da tristeza venir a velarlos, más que a mi hijo no lo velé, me lo trajeron en cenizas», recalcó la señora mientras miraba las cruces de las sepultas adornadas con flores, veladoras y unas latas de cerveza y de licor.
A su hijo y su esposo los recuerda con cariño; ambos, dice, eran muy alegres, bailadores y amigueros. Hoy, dice ella, los mantiene vivos, pues asegura que morirán el día que ella muera, porque solo así no los extrañará, tiene la fe de que un día se reencontrarán.
También vela a su esposo, don Gabriel Medina Castro, a quien hace poco más de un año le dio el último adiós luego de que pereciera a sus 72 años al perder la batalla contra el cáncer de hígado.
Este día, como muchas familias, acudió a la tumba de sus fieles difuntos a limpiar, colocar ofrendas y estar con ellos; imaginar que ellos la reciben y se ponen contentos de verla, según dice.
«A los dos los recuerdo por muy bailadores. A mi esposo, cuando ya la última vez que se me fue, bailamos en unos XV años, y como a los dos o tres días se me fue, ese es de los últimos recuerdos que tengo yo»., señaló.
-¿Qué siente este día?
-Alegría, porque estoy aquí con ellos, y tristeza a la misma vez, porque yo quisiera verlos contentos, caminando, vivos pues.
-¿Es menos el dolor de su partida con el paso del tiempo?
-Es el mismo dolor, no se acaba y no se olvida. Parece que los estoy despidiendo, cuando vengo y que me reciben con aquel amor porque vengo a verlos.
Un acto de amor
Cada quince días, Carmen siente la necesidad de visitar el panteón, porque dice que las visitas se convierten en un acto de amor y una oportunidad para recordar la alegría que sus seres queridos le daban en su vida.
Dice que va porque cree sentir consuelo, pero que el dolo jamás desaparece por completo, nada más se aprende a sobrellevar la pena porque el amor perdura para siempre.
De este modo, la vecina de La Arrocera recuerda a su esposo e hijo con tristeza, los lleva consigo y dice que siempre serán su amor eterno, y espera el momento en que pueda reencontrarse con ellos y poder abrazarlos.
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