Con el permiso de Dios y del mar, Juan Ramón entrega su vida en «El Clavadista» de Mazatlán

Sinaloa | 12/06/2022 05:10:00 p. m. | Enrique Chan

Él es originario de Mexicali y se arroja al vacío desde una piedra de 18 metros de altura.

Así como otros puntos de la ciudad, la Glorieta Sánchez Taboada se ha convertido en uno de los más emblemáticos para el deleite de turistas nacionales e internacionales, no solo por la belleza de la vista que ofrece al Océano Pacífico o por la gastronomía variada de snacks o antojitos mazatlecos, sino por ser el punto donde valientes hombres arriesgan su vida aventándose desde una piedra de 18 metros de alto, la conocida como «El Clavadista». 

Hace poco más de diez años, Juan Ramón González Palafox, originario de Mexicali, llegó al puerto y en su andar descubrió este sitio, con gran admiración por aquellos que en ese entonces se tiraban sus clavados, sin imaginar que él estaría en ese lugar, día a día ganándose la vida por unas propinas que igual son en pesos, como en dólares. 


«Pues la necesidad y aparte por ver a estos plebes también me motivan a tirarme al charco, se siente una sensación bien rara, la sangre correr bien machín, con el agua no se sabe, tú te tiras y nos sabes como vas a caer o si vas a salir o no y aun así se tira uno, porque, pues nada más hay un lugar para hacerlo, la profundidad es como de dos metros», indicó. 

El clavadista todos los días tiene un ritual, en el que le pide a Dios y al mismo mar su permiso para hacer su trabajo, cobijado por las olas que a veces son tranquilas como una hoja cayendo de un árbol, pero otras, son feroces como una manada de leones y aunque ya conoce lo que hay debajo y tiene memorizada la ubicación de las rocas, sabe que la naturaleza algún día le podría hacer una mala jugada. 


Para los clavadistas no hay descanso y todos los días, sin excepción, se presentan a su roca, no importa si hay un huracán amenazando la ciudad o si los termómetros marcan temperaturas por debajo de los 15 grados, ellos están ahí con su traje de baño y su torso descubierto aguardando por los turistas que cotidianamente llegan a esta ciudad. 

«La vida me trajo aquí a Mazatlán, se puede decir, más que nada, y pues los turistas nos dan muchos aplausos y hasta dinero nos dan, ellos nos ven con mucho asombro, aun lloviendo, aunque este corriendo viento, en diciembre, en enero o febrero; tiene algo bien chido esa piedra, algo bien chingón», mencionó.


Juan Ramón tiene varias anécdotas en su vida como clavadista, una de ellas, que sabe que poca gente le cree, es el haber visto una sirena, la cual describe como una mujer con cola y con la forma de su cabello no como el de los humanos, sino más bien como parte de su fisonomía adherida a su cráneo, además de ser un color que no puede describir como tal, pero similar a un lapislázuli (es una gema de un característico color azul ultramar). 

Esta anécdota le habría ocurrido un día después de su jornada, poco después de la media noche, cuando la ciudad «duerme» y la zona se queda prácticamente en silencio, ocupada solamente por el sonido de las olas que van y vienen; la sirena, narra, habría desaparecido en cuestión de milésimas de segundos, después de limpiarse los ojos y escuchar un sonido peculiar que tiene grabado en su memoria.


La zona del Clavadista es popular, ya que diario reúne a nutridos grupos esperando la gran hazaña, en la que Juan Ramón u otros de sus compañeros se arrojan al precipicio y nadan sobre él, en muchas ocasiones, bravío mar. 

Sin duda, este espectáculo es digno de presenciar en el día, pero el perfecto para guardar en una postal, es durante el atardecer, en el que los valientes hombres le agregan un toque más «espectacular», al encender antorchas que de inmediato llaman la atención de quienes pasean por el lugar, haciéndolos frenar en su trayecto o su caminar, para apreciar este espectáculo sorprendente, en el que la vida está en riesgo en todo momento, por eso requiere de concentración, cálculo, un profundo análisis y agallas para realizar cada salto. 

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