10/28/2024 03:27:00 p. m.
En México, el Día de los Muertos se vive como una colorida fiesta para recordar y celebrar a quienes ya no están.
Esta festividad, que comienza a la medianoche del 31 de octubre y culmina el 2 de noviembre, reúne a familias y comunidades en torno a ofrendas, altares y visitas a los cementerios para honrar la memoria de sus seres queridos.
Los altares u ofrendas son el corazón de la celebración. En cada hogar, las familias preparan altares decorados con fotografías, veladoras, caléndulas, y por supuesto, platillos y bebidas tradicionales que, según se cree, nutren el alma de los visitantes del más allá.
Desde el Mole Negro hasta el Pan de Muerto, cada alimento tiene un significado simbólico que fortalece el vínculo entre los vivos y los difuntos, mientras las ofrendas representan la calidez y la devoción familiar.
El Día de Muertos se convierte en una verdadera celebración culinaria, en la que cada platillo evoca recuerdos y honra a los ancestros.
Entre los favoritos, destaca el Mole Negro, que combina chiles, cacao y especias, una receta compleja que mezcla la herencia prehispánica y colonial. En algunas familias, el pozole rojo, preparado con maíz molido, rábanos frescos, lechuga y especias, se sirve como un cálido tributo a la tierra.
Los tamales, símbolo de unión y trabajo colectivo, son preparados con esmero por las familias que se reúnen en torno a la masa y el relleno, mientras que el suave y aromático Pan de Muerto se hornea para representar el ciclo de la vida y la muerte, con sus huesitos en la parte superior como una muestra de respeto y cariño.
No faltan en la mesa los chapulines, tostados para aportar un toque crujiente y salado a las ofrendas, como un guiño a la herencia indígena.
La calabaza en tacha, cocida en piloncillo y canela, simboliza la cosecha y es uno de los postres favoritos, mientras que el flan de caramelo cierra el banquete con un toque de suavidad y dulzura.
En México, el Día de los Muertos no es una festividad sombría, sino una fiesta en honor a la vida y la memoria.
Las calles y los hogares se llenan de música tradicional y aromas de la cocina que conectan a las familias con sus raíces.
Así, el Día de Muertos no solo se celebra en altares y platillos, sino en el recuerdo compartido de aquellos que, aunque ya no están físicamente, permanecen vivos en el corazón de cada familia.